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KATMANDÚ

 

 Cuentan que había una vez, en las faldas de las más altas cumbres del mundo, un hermoso valle que era la envidia de los dioses. Para que nadie comparase su belleza con la divinidad lo hicieron inundar con un gran lago. Pero cuando vivió el Bodhisatva Manjunshri pegó un tajo con su espada fabulosa abriendo una brecha de desagüe, y una vez vaciado el lago inmenso fundó en lugar tan paradisíaco la ciudad de Katmandú, la que contiene todas las bellezas, promoviendo la construcción de una estupa con la mirada de Buda hacia los cuatro puntos cardinales.

 

A tal Manjushri suele evocársele sentado en la posición de loto, con una espada flamígera en una mano y unos libros en la otra. 

Esa espada simboliza la sabiduría que permite tajar los impedimentos del engañoso mundo cuando nos los muestran los sentidos, y esos libros contienen la "Perfección de la sabiduría", devocionarios de la doctrina mahayana nepalí, con normas de vida para el período comprendido entre la desaparición de su compatriota el Buda mortal y el advenimiento del futuro Buda Maitreya, anunciado por aquél. Una de sus normas de vida es orar, y la forma preferida de hacerlo es hacer girar los rodillos de oración, que además pueden llegar a ser verdaderas obras de arte sacro.

 

Manjushri fue un discípulo de Buda que, habiendo alcanzado el estado de iluminación, postpuso su entrada en el Nirvana para ayudar a los demás y para promover el conocimiento entre aquellos que desearan progresar en esa vía espiritual. Como en casi toda la literatura sobre la vida de los santos, las historias de Manjushri mezclan aspectos reales con otros legendarios. En el budismo popular de Nepal (budismo mahayana), aun habiendo sido la religión oficial el hinduismo (hasta la reciente revolución democrática que ha dado paso a un estado laico y republicano), los bodhisatvas, equiparables a los santos de otras religiones, son objeto de culto complementario a la arraigada devoción hacia el Buda Sidharta Gautama (personaje histórico nacido en Nepal hace dos milenios y medio, que fue el creador del budismo) y hacia los numerosos dioses que persisten, aunque los que destacan por número de creyentes son Shiva y su pareja, la diosa Parvati... 


Aunque es dicho de la sabiduría popular que “las comparaciones son odiosas”, a nuestra llegada al hotel de Katmandú nos explican, además de los programas de visitas opcionales, las diferencias entre la mentalidad tradicional española y la nepalí en cuanto a las efusiones amorosas. Así suponen de nosotros que en España el amor es disgregado en tres opciones principales: sexual, emocional y espiritual. Mientras que tradicionalmente en Nepal viene siendo un todo integrado. En cuanto al sexo creen que tradicionalmente en España es considerado algo sucio, vergonzante, pecaminoso (saben que la lujuria es uno de nuestros siete pecados capitales). Mientras que para ellos es algo limpio, natural y sagrado.

 

En cuanto a la mujer, creen que en España ha sido considerada tradicionalmente como un ser inferior, incitadora al pecado. Mientras que en Nepal la mujer es superior al hombre, porque conlleva la gracia de la maternidad y representa la divinidad en lo humano (lo que no la ha evitado unas tradicionalmente penosísimas condiciones de vida y de trabajo). Nos sonreímos educadamente, pero tras unos días de ir observando a las nepalíes las turistas no dan más valor a esas comparaciones que a los otros reclamos publicitarios para atraer viajeros de otras latitudes.

Más allá de las etiquetas, Nepal es un país multiétnico y multicultural, con infinidad de lugares sagrados y de oración, siendo uno de los más famosos la colina de Swayambhunat, en el costado oeste de la capital nepalí. Aunque ha sido retocada durante siglos, dicen que se fundó en los tiempos de Cristo. 

Su gran templo es el santuario budista más antiguo de Katmandú, con pequeñas estupas en torno a la más grandiosa que preside la colina. 

No faltan monos sagrados en la colina santa, ya que su propio nombre Swayambhu Nath Stupa significa Templo del Dios Mono, y así nuestros remotos primos campan a sus anchas en todo el recinto sin extrañar, ni tampoco molestar, a los miles de visitantes que a diario ascienden a la colina santuario.

 

Además de Katmandú merecen visitarse las cercanas Patán y Bhaktapur (la histórica Bagdhaón), lugares de belleza equiparable a la capital nepalí. El último reyezuelo de Bhaktapur, antes que el rajastaní Prithvi Narayan Sha conquistara todo Nepal, se llamó Ranajit Malla y perpetuó su fama al mandar revestir la puerta de acceso a su palacio real con latón bruñido (que parecía de oro puro).

 

Esta Puerta Sundhoka o puerta dorada tiene esculturas y bajorrelieves que representan numerosas deidades nepalíes, desde la diosa Dhurga de múltiples brazos a la diosa Taleju, que es la que se encarna sucesivamente en las llamadas “kumaris”, niñas misteriosamente designadas y veneradas hasta su primera efusión de sangre (natural o accidental) por la que dejan de ser diosas.

 

Nos quedamos con las ganas de llegar a ver a dicha diosa viviente, aunque sí que entramos al patio interior de su palacio, el Kumari Ghar, próximo a la plaza Durbar de Katmandú,  y movidos por la curiosidad esperamos, y esperamos… porque nos dijo el guía que a veces se asomaba a esta ventana abierta de par en par dejándose ver por los turistas. 

Estando allí, por aprovechar el tiempo hasta que asomara, nos contó que la actual kumari (virgen inmaculada) es diosa viviente desde el año 2001, y que mientras sigue siéndolo sólo sale de su encierro en contadas celebraciones, dedicándose a rezar y a recibir las enseñanzas que la imparten los monjes que la eligieron entre otras niñas aspirantes a ser fugazmente diosas. Estos vienen a visitarla a diario desde su monasterio de Patán (suburbio de Katmandú), comprobando que sigue intacta. Cuando deje de serlo, lo más probable es que siga la tradición de hacerse monja, ya que es advertida que si se casa se quedará irremediablemente viuda tras su luna de miel.

Siguió contándonos que, al menos esta criatura afortunada un corto espacio de su vida, tiene comodidades y sustento asegurados por unos años, pues la situación de otras mujeres nepalíes ha venido siendo muy  dura y trabajosa bajo las sucesivas monarquías nepalíes, situación que esperan vaya mejorando tras la revolución de tendencia maoísta que parece estarse consolidando. Finalmente, cuando por fin decidimos no perder ni un minuto más esperando a que se asomase, salimos. Y a los pocos pasos nos hizo sonreír otra persona que sí que se asomó cuando pasábamos bajo su reducido ventanal… 

Al parecer, los revolucionarios republicanos permitieron que el rey depuesto pudiese seguir manteniendo pacíficamente su residencia en el palacio real de Katmandú, ya que él les manifestó su deseo quedarse en este edén. 



No nos extraña, porque Nepal sigue siendo lo más parecido a aquella mítica “Shangri Lá” que el siglo pasado fascinó a los supervivientes de un aterrizaje forzoso en estos altos valles del Himalaya. Así que, finalizados nuestros gratos días de vacaciones nepalíes, regresamos a España con indudables ganas de volver allí, al menos una vez más, ojalá que a no tardar.