jueves

 

NAZCA  y  PARACAS

 

Recién aterrizados en el aeródromo de Nazca, procedentes de Lima, cambiamos avión por avioneta para (tras consignar nuestro equipaje) sobrevolar las enigmáticas líneas y dibujos que tan sólo se pueden apreciar desde las alturas. Una avioneta de seis plazas, nos espera a dos parejas de pasajeros y al piloto y su ayudante en la pequeña pista de despegue, colateral a la utilizada para aterrizar por el avión que nos ha traído hasta este lugar árido y misterioso. Y pocos minutos después ya despegábamos, con un estruendo ensordecedor, hasta el extremo que sin cascos no podíamos oír nada de nada. Aquel estruendo del motor nos haría sordos durante todo el recorrido salvo para lo que quiso el guía-piloto que le escuchásemos por los auriculares.

Abajo, los tejados y los patios de las afueras de Nazca me recordaron las chabolas marginales de las afueras de Lima (y de algunas ciudades españolas), pero sin tener cerca soberbios edificios contrastándolas.

Apenas briznas de un escaso verdor tostado nos separan de la gran llanura nazqueña, quizá realmente templo primigenio de la gran diosa Ecología, como nos aseguraría el mismo piloto a lo largo del vuelo. Enseguida llegamos a la pampa de las figuras enigmáticas y el comandante nos hace reparar en grandes trazos, aún  no figuras sino líneas que enfilan hacia puntos astronómicos, equinoccios, solsticios de algún astro al que los primitivos habitantes concedían el estatus de dios.

Después nos fue pasando y repasando sobre los animales dibujados en el suelo, encabritando el aparato para dar la vuelta, una vez y otra vez… Un pelicano, reconocible en un esquema de trazado que nos sorprende en el diseño modernísimo. Y como ese los demás, hay unas manos de cinco y cuatro dedos, deformidad sagrada al parecer para los primitivos pobladores. Todavía hoy quien así nace, con un dedo de menos o de más, es todavía para el vulgo peruano un elegido de los dioses, y se le tiene como taumaturgo, como adivino, como consejero... El trotante comandante a los mandos de la avioneta sobrevuela veloz desde un curioso macaco con una larga cola en espiral a una tarántula, pasando por extraños geoglifos que nos marean vistos en el tobogán del movidito vuelo. Aunque el piloto lo tenía previsto y nos ofrece sendas bolsas por si necesitamos arrojar el desayuno.

En 1926, el arqueólogo peruano Toribio Mejía Xespe comenzó a estudiar estas líneas, y en 1939 presentó el resultado de sus investigaciones en el Congreso de Americanistas de Lima. Simplificando, diremos que afirmó que las líneas de Nazca tenían un propósito mágico-religioso, y que bien podrían ser un tipo de ofrenda ritual a los antepasados y a los dioses precolombinos del cielo y las montañas. Estos dioses, según las tradiciones andinas, controlaban los fenómenos meteorológicos, y serían por tanto objeto de ritos propiciatorios con el fin de asegurar los regadíos y las cosechas, pues el agua era un bien sumamente preciado en una zona caracterizada por su extrema aridez, aunque no tanto siglos atrás como al presente. Desde la avioneta pudimos apreciar los innumerables cauces de agua que están evidentemente secos.

Tras Mejía, el antropólogo estadounidense de la Universidad de Long Island, Paul Kosok, se interesó así mismo por la líneas misteriosas y comprobó la convergencia de algunas en el punto donde (en el hemisferio Sur) aparecía el sol en el solsticio de invierno del año 1941. Deduciendo que las líneas pudieran tener fundamento astronómico, y animando a su amiga la arqueóloga germana María Reiche a que siguiera investigando aquello.

Ella se documentó a conciencia antes de comenzar en 1946 sus trabajos de campo sobre las líneas de Nazca, descubriendo nuevos dibujos figurativos, midiendo y cartografiando triángulos, trapecios, cuadrados, espirales, zigzags y centros radiales desde los que partían muchas de las líneas para conducir hacia puntos concretos del horizonte.

Reiche estableció una relación entre la posición de los geoglifos y la de los astros, consideró que todas estas huellas constituían una especie de escritura simbólica: "Los dibujos geométricos, inspeccionados más a fondo, dan la impresión de una escritura cifrada, en la cual las mismas palabras están a veces escritas en enormes letras, y otras veces en caracteres diminutos". Y a partir de ahí se empeñó en demostrar que los antiguos nazqueños habían utilizado este mapa geo-astronómico como un calendario agrícola, con el fin de saber cuándo empezaba cada estación, cuál era la mejor época para cosechar y cuándo llegarían las lluvias. El Museo María Reiche recrea el estudio donde la meritada arqueóloga trabajaba al volver dela pampa nazqueña para legarnos su interesantísimas conclusiones.

Tras los saludos de cortesía el piloto de la avioneta había comenzado diciéndonos  que lo que más desconcertaba a Doña María (Reiche), que él llevó personalmente en varias ocasiones sobre la pampa de las inscripciones, fue el no saber cómo los antiguos fueron capaces de dotarse de medios instrumentales y topográficos para trazar con tanta perfección sus creaciones sobre el suelo, teniendo en cuenta que estas solamente les serían visibles si es que podían volar... o al menos elevarse de alguna forma, en rudimentarios globos aerostáticos quizá.

“ (...) Y la muy querida en Nazca doctora barrió personalmente y con cuidado cada figura y cada línea, lo que tuvo gran mérito además de esfuerzo físico, porque las rayas de la pampa tienen descomunales dimensiones. Ella me comentó estar segura de que nada fue trazado porque sí, sino porque todo obedecía a un misterioso plan, que a un profano como a mí más le sonaba a una especie de concurso de topógrafos y meteorólogos extraterrestres en esta pampa carente de lluvias. Pero Doña María demostró científicamente que no fueron extraterrestres sino nazqueños los artistas de los dibujos y, además de ser muy querida y admirada por todos, recibió en vida merecidos reconocimientos”.

El piloto también nos refirió, entre galope y galope de su montura para acercarnos más a los dibujos, su personal opinión acerca de los ignorantes gringos racistas con los hispanos: “Nos toman como raza inferior ¡siendo al contrario! En lo que ellos aún ni soñaban con que un día habría esa ciencia que ahora se llama Ecología, los peruanos éramos desde hace remotos milenios ¡grandes ecologistas! Por pura observación de cuanto nos rodea. Amor a nuestra Pachamama. Devoción a la tierra, la que nos nutre y nos acoge. El pacto de Inti con la Pachamama, conforma la caricia milenaria, cálida y consistente sobre la superficie de esta gran llanura: aire caliente a ras del suelo, que disminuye la erosión del viento…¡Eh, eh! Miren ahora el colibrí. ¡Perfecto!”.

Hay ratos que vemos al experimentado piloto como si fuera un poseso, o un sacerdote del antiguo culto nazqueño protoincaico camuflado de guía de turistas, para el cual este lugar es mucho más que lo que desde arriba vislumbramos: un gran calendario, un libro abierto de astronomía, un santuario... todo a la vez. Menos mal que su frenética devoción místico ecológica no le impidió regalarnos un  tranquilo aterrizaje, que agradecimos después de sus frenéticas acrobacias aéreas en su afán de no dejarse nada sin sobrevolar para que pudiésemos ver todo del todo.

Así que, pelín revueltillos los estómagos, pero satisfechos de la reciente experiencia le demostramos nuestra sincera gratitud, y seguidamente nos disponemos a recoger nuestro equipaje para ir a nuestro hotel de Nazca. ¡Qué alivio volver a pisar el suelo!

El hotel nos resultaría tranquilo y confortable, aunque apenas lo utilizaríamos hasta la noche, por nuestro maniático afán de callejear fisgoneando cada nuevo lugar que visitamos.

Por eso, recién aposentados y sin perder el tiempo en descansar, salimos a comer fuera. Más que nada  por pasear curioseando el pueblo, pues el restaurante del hotel nos pareció bien puesto y agradable. Algo después, en la taberna que elegimos sin querer irla comparando con otras opciones, una joven amable nos agradaba presentándonos lo que nosotros fuimos diciéndola que de acuerdo y que nos lo trajera. Así que picoteamos casi de todo, pero en pequeñas dosis salvo el postre, un riquísimo arroz con leche. (Para beber elegimos probar un agradable brebaje indígena que nos supo a lima algo alcoholizada).

Después de la taberna de la dimos un paseo por aquel pueblo lindo y sencillo, como esos barrios modestos de las urbes de cualquier parte de este mundo, que solamente si los miras con ojos de turista te parecen aceptablemente “exóticos”. Nazca es mayoritariamente de casas bajas y sin signos exteriores de riqueza, salvo sus ocupantes, que a veces se asomaban para vernos y dejándose ver sus rostros bondadosos y resignados. Antes de regresar al hotel volvimos a la taberna para hidratarnos, y nos atendió la misma jovencísima camarera, más parlanchina y sonriente si cabe que en la comida, pues nos preguntó que de dónde éramos y qué nos habían parecido los dibujos trazados por sus trasabuelos.

Al responderla a la gallega, con otra pregunta (¿A ti qué te parecen, son líneas humanas, o las trazaron antiguos astronautas?), se echó a reír distendida, exclamando: “¡Uy, yo que sé! No las he visto aún”. Y ante nuestros gestos de incredulidad siguió “Yo no salgo de aquí, salvo a mandados de mi tío, que es mi patrón”. Cuando nos despedimos, nos dio por comentar cómo somos a veces tan quejicas de la vida cuando nos trata mucho mejor que a los que más se lo merecen.  

A la mañana siguiente nos sirvieron temprano el desayuno y nos esperaba en la puerta del hotel un minibús muy mini, para llevarnos a la no lejana bahía de Paracas. Durante el trayecto pudimos observar que la garúa neblinosa que vimos en la costa de Lima también llega hasta mucho más al Sur...

… pero que cuanto más nos acercábamos a la bahía de Paracas más iba desapareciendo. 

Una vez aposentados en el hotel, el mismo minibús nos lleva al al puerto de donde saldremos a visitar en lancha rápida las Islas Ballestas. Al llegar al embarcadero nos rodean algunos pelícanos y algunos niños que se dedican a inducirlos a nadar arrojándoles pequeños peces, obteniendo propinejas por ponérnoslos a tiro de cámara.


Tras lo cual, embarcamos para partir a toda velocidad hacia las islas Ballestas…

Cuando la lancha reduce su aceleración notamos que en sí no está hoy revuelto el mar, con lo que esta nueva experiencia nos resulta más grata que la del vuelo en avioneta. Vemos multitud de aves acuáticas, entre las que destacan los famosos “pingüinos de Humboldt”, y también lobos marinos disfrutando en el agua o tendidos al sol sobre los peñascos.


Sólo que mi despiste, cada vez más habitual, fue causa de hacerme captar tan codiciadas imágenes con la reducida calidad fotográfica de mi cámara de video.

Al regreso la motora se detiene ante la roca del Candelabro, y surgen los inevitables comentarios acerca de quiénes serían los que esculpieron aquí esta enigmática maravilla, y con qué finalidad.

Al volver a tierra firme, comemos sin prisas pero reposamos brevemente, y aunque nos parece espacioso y atrayente nuestro apartotel, fieles a nuestra costumbre de no irnos sin fisgar lo que existe por los alrededores, echamos la tarde en pasear recorriendo todo su entorno.

Y resultó que nos encontrábamos en uno de los lugares históricos de la independencia del Perú…

…ya que, justo aquí mismo, el 8 de septiembre de 1820 desembarcó la expedición libertadora liderada por el general argentino José de San Martín. Así que, aunque "ya nos podemos ir a acostar porque sabemos una cosa más", seguiremos asomándonos a esta preciosa e histórica bahía, que nos depara otra sorpresa :

¡Aquí todavía tienen de aquellas conchitas que coleccionábamos en nuestra remota infancia! (Tristemente van desapareciendo de las orillas marinas españolas).

Seguimos bordeando un tramo corto de la inmensa bahía y, tras hacer una pausa, desandaremos lo andado volviendo hacia el hotel…

... porque mañana muy temprano nos vendrá a buscar el amable conductor de Nazca con su vehículo, para llevarnos puntuales a embarcar en el aeropuerto de Pisco y salir volando hacia Cusco, que es como llaman los peruanos a la ciudad imperial de Cuzco, a partir de la cual proseguiremos disfrutando de otros lugares naturales, etnológicos e históricos que gratamente visitaremos en nuestro viaje a Perú.