viernes

FLANDES

 

Escribió el Duque de Rivas:“Pasó un día y otro día,  un mes y otro mes pasó  y de Flandes no volvía...". Y  a mí, sinceramente, no me extraña, pues viajar a Flandes es sentir fortísima, irreprimiblemente, la tentación que no volver de allí. Desde Nieuoport a Ostende, desde Brujas a Amberes, de Bruselas a Gante, Malinas o Lovaina,.. Volar a Bélgica es garantía de no querer dejar de estar allí y desear subirse cuanto antes en un avión para seguir disfrutando tanto arte e historias con tantísimas bellezas, zambulliéndonos en el centro del corazón de Europa, allá donde naciera el imperial ensueño (o espejismo) de un imperio español felizmente no eterno. Sin renunciar al gótico esplendente, también disfrutamos sus otros monumentos que suspenden el ánima al son de carillones centenarios, y de sus calles, plazas, canales románticos, encajes, chocolates, diamantes, cervezas, orquídeas, cisnes, coches de caballos, museos (Memling, Van Dyck, Van der Weyden y Rubens… ), sin olvidar al meoncete más famoso que es el Manneken Pis.

 

Y ya que aterrizamos en Bruselas, saludaremos su arte surrealista en el Museo del Dalí belga: Magritte, cuya casa sigue insertada en la Plaza real. Nada muere del todo o para siempre si los ojos del arte lo pretenden.

 

Después comemos cualquier cosa rica, como pretexto para beber cerveza (¡cientos de variedades nada menos… qué locura!) celebrando estar cerca de la “granplás”, la grande y bella plaza de Bruselas, que asoma su esbelta torre campanario para alertarnos que dejemos de beber antes de que la veamos doble allá en lo alto.

¡Grandiosa! ¿No?

 

Allá arriba aribita , allá arriba iré… Y al bajar, ahitos de goticismo y de escaleras, es cuando reconocemos a ras del suelo la chocolatería sugerida desde el cielo…

 

…por la mismísima Georgette de Magritte...

 

...que se ha escapado un rato de su Museo para soplarnos lugares de ver y de paladear, tanto en Bruselas como en toda Bélgica. La haremos caso, comenzando por Brujas "la Venecia del Norte", a donde ya nos vamos bien contentos, dispuestos a navegar por sus canales y recorrer sus calles visitando en ella lo que más pueda gustaros al contároslo.


De Teotihuacan a Palenque ( II )

 

La leyenda de la Xtabai es que había dos hermanas gemelas, lindas e idénticas como dos gotas de agua, sólo que una se daba a los hombres por compasión, para ayudarles a sobrellevar este castigo de los dioses que es la vida, y por el contrario la otra era muy pura y virginal, y arisca con sus pretendientes a los que temía y rechazaba, debido al terror que la conmocionó por presenciar un parto.

 

Las dos murieron jóvenes y de la pecadora nació la flor de xtabentún que es bella y aromática, mientras que de la que no lo cató nació la tzacam del cactus, también bella pero sin aroma, y que suele hacer que te pinches las narices si te agachas a olerla.

 

Cuando allá en la morada de los dioses las gemelas volvieron a su mismo embrión de origen, dejaron de ser dos dando lugar a la Xtabai, esa que a veces se da una vueltecita para recordar lo vivido, y primero se deja de algún incauto contra una Ceiba, haciéndole creer que le sube al cielo, pero que cuando ella se queda satisfecha le deja colgado de ese mismo árbol. Que es por eso que dicen que “las mujeres yucatanecas saben hacer que te sientas como dios, y es por eso que si te abandonan te dan ganas de ahorcarte.”

 

Pero ya vamos a dejar atrás la seductora  Xtabai, para volar al sitio arqueológico de Palenque, donde a mediados del siglo pasado, Alberto Ruz, jefe de la zona maya del INAH de México, obsesionado con las fotografías de esas ruinas mayas que en 1885 había tomado Desiré Charnay, consiguió que le aprobaran un ambicioso proyecto y se instaló en el yacimiento arqueológico para excavarlo desde 1948. Y en verdad que lo hizo a conciencia. Primero mandó levantar planos de la zona marcando los cerrillos que se elevaban de entre la maleza acumulada por siglos de abandono, sospechando que muchos de ellos encerrarían edificios mayas, como así fue. Luego mandó desescombrar algunos de aquellos montículos, centrándose en el que bautizó como “Templo de las inscripciones”, por las muchas que contenía dicho edificio escalonado que en las fotos de Charnay ya asomaba de entre una montaña de sedimentos.

 

Después de retirar cientos de toneladas de tierra y materia vegetal que lo cubrían, pues pudo ya hacerse idea de que aquel monumento tenía su importancia. Claro que… os comencé Palenque casi por el final y pensaréis que me he comido algunos rollos de película. Así que mejor hago otra pausa y cuando vuelva os cuento mejor, desde donde lo dejamos al marcharse a Tabasco con su idolatrada aquel Fray Pedro.


jueves



Viajar a Jordania es zambullirse en los milenios bíblicos, poder hablar a Dios de tú a Tú como aquellos patriarcas que le arrancaron la promesa de una tierra prometida (aún hoy tan disputada). Aunque estuvimos en otros lugares, nos acercamos a la sinigual Petra, después de visitar los castillos del desierto, y el monte Nebo donde afirman que está la tumba del mismísimo Moisés, libertador de los israelitas oprimidos por el Egipto faraónico.


Excavada en los paredones del milenario cauce seco del río de Moisés (el wadi Musa), se alzó unos siglos esplendorosa hasta quedar olvidada y casi derruida. Para encontrar la luz seductora y sonrosada que refleja sobre el desfiladero el llamado templo del "Tesoro", los viajeros han de atravesar el famoso “Es Siq” desfiladero que sale al final de la película “La última cruzada de Indiana Jones”, porque es verdaderamente cinematográfico. A veces las rocas de ambos lados parecen aproximarse tanto que hacen inimaginable poder continuar entre sus angosturas. Y cuando casi era perdida la esperanza de dar buen fin a nuestr loco atrevimiento de atravesar el gran desfiladero, una luz cegadora nos predispuso a admirar un espejismo.

 

Según nos acercamos, un sol muy blanco se fue volviendo de oro, y pronto cambió sus tonalidades en la parte superior de la oquedad hacia un suave y carnoso sonrosado en forma de columnas adosadas, y un dintel que apoya en sus hermosos capiteles. Es el extremo oeste del "Jazné", el primer tesoro que asombra al que consigue entrar en Petra.

 

El Templo del Tesoro puede ser nabateo, pero también pudiera ser otro regalo de aquel emperador de Santiponce, si es que fue él quien lo mandó tallar sobre la roca viva en honor de la diosa Isis, una de sus deidades favoritas. La fachada de unos treinta metros de alta por veintitantos de larga es de lo más impresionante, más que por sus dimensiones por su singular belleza. Sobre el pórtico de orden corintio, se alza el templete que en honor de Isis muestra a la diosa en un bajorrelieve muy deteriorado por el paso del tiempo, aunque también por los disparos de los escopeteros que la usaron de blanco, pues trituraban a balazos la urna de piedra que remata el tholo y que es donde cuentan que aún se guarda el alma de Adriano, enamorado de Petra, que se la dejó aquí antes de partir a su villa de Tívoli. En los intercolumnios y los nichos de la monumental fachada aladas victorias y guerreros a caballo, así como otros relieves difíciles de interpretar por encontrarse ya irreconocibles, dan la clave exterior de este templo que en su interior más bien defrauda por su extremada desnudez ornamental. La sola roca donde fuera excavado hace ahora casi dos milenios es su mejor ornato. A contraluz, se escuchan las explicaciones de los bedús, tribu beduina que surte de guías esta joya del turismo mundial, y que se dice descendiente de aquellos nabateos que excavaron Petra. 


Y desde esta primera parada avanzaremos hacia el interior de la ciudad perdida, para admirar sus monumentos excavados, casas, templos... y hasta un teatro romano (nuy deteriorado).




Y una turista, curiosona ella, entró sin miedo por las hoquedades polimíticas feliz como como una  cría  juguetona  desapareciendo unos  instantes,   y menos mal reapareciendo sonriente.



             

De Teotihuacan a Palenque ( I )

 

En  la  llamada   “ciudad  donde  habitan  los  dioses”  encontraron  los  perplejos peregrinos  aztecas   los  imponentes  restos  de  una  milenaria  civilización  con inmensas avenidas y gigantescas pirámides,  muy anterior a la que ellos crearían a partir de Tenochtitlan. Nadie consigue explicar definitivamente la decadencia de Teotihuacan,   primer  imperio  mesoamericano,  que  no  tuvo  más  rival  que  su impericia,  ya que  la  tala  sin  reposición  de  los  bosques  que  circundaban tan grandiosa  capital  desecó los terrenos,  y hubo  hambre y revueltas hasta que los desfavorecidos  lograron  expulsar a   sus  dirigentes  para  después  incendiar  y saquear la gran ciudad.

 

Los que escaparon se dirigieron mayoritariamente a la Península de Yucatán llevándose consigo su cultura y sus antiguos dioses, como Quetzalcoatl, la serpiente emplumada, o el dios Tláloc que volvió a darles lluvias abundantes en las nuevas tierras orientales, donde le llamaban Chaac. Y gracias a las aportaciones de los teotihuacanecas, los mayas decadentes, consiguieron volver a florecer algunos siglos más.

Olvidadas las monumentales ciudades-estado de los mayas, el fraile dominico del siglo XVI, Pedro Lorenzo De la Nada, se encontró en Chiapas con una de ellas en sus incursiones evangelizadoras desde San Cristóbal de las Casas (entonces llamada Ciudad Real). Este misionero rebautizó el topónimo maya Otolum, que significa “tierra de casas fuertes”, denominando Palenque a aquella ciudad perdida, y Santo Domingo de Palenque a la misión que fundó no lejos de ella. 

 

El fraile De la Nada, nada había perdido en estas selvas hasta que encontró en ellas a Itzayana, una indita chole, descendiente de los ajaus mayas de Otolum, y en ella se perdió él mismo sin poder volverse a encontrar. La adoró como a una virgencita sin hacerla su mujer, y se escapó llevándola consigo a las selvas de Tabasco cuando sus superiores pretendieron alejarle de ella.

 

San Pablo dejó escrito que “más vale casarse que abrasarse”, pero Fray Pedro era hombre de fe y tenía jurado el voto de castidad… ¡pobre fraile enamorado! Sus catequizados de Santo Domingo de Palenque contaron cuando ambos desaparecieron sin dejar rastro que, probablemente, Itzayana no era sino una de las muchas apariencias de la hechicera Xtabai. Así que aquí lo dejamos de momento y a la vuelta os diré de esta leyenda yucataneca.

 

                         

 

 

 

 


miércoles

                                                      Pulsar sobre la imagen para agrandarla

PLAYA FINAL


Creí que no llegaba a la vejez... ¡y ya he llegado! Así que ahora me encuentro en esta playa, la última y jubilosa, de un viajero que no se cansa (todavía) de viajar. Al principio me ciega el sol poniente, acostumbrado a ver mi propia sombra tantos años... pero vislumbro que aquí no estaré ocioso, y eso esta bien. Ya no me falta tiempo, tengo todo el que (no sé si mucho o poco) me va quedando antes de entrar al mar que es el morir (¡gracias Jorge Manrique!). En tanto, mientras viva, entre otras aficiones, sigo con esta de viajar y de contar lo viajado (soñando con los lugares que aún pretendo conocer). Si algun@ os decidís a acompañarme por lo que llevo viajado y por lo que pretendo aún viajar, me encantará que compartamos esta pacífica afición, sin que tengáis que anunciar vuestra presencia. Venid cuando os parezca... y nos iremos viendo a cualquier hora. Con que... ¡hasta siempre!

¡Feliz día a día! Brindamos por que afrontemos tod@s el presente y el futuro con las mejores sonrisas.