jueves



Viajar a Jordania es zambullirse en los milenios bíblicos, poder hablar a Dios de tú a Tú como aquellos patriarcas que le arrancaron la promesa de una tierra prometida (aún hoy tan disputada). Aunque estuvimos en otros lugares, nos acercamos a la sinigual Petra, después de visitar los castillos del desierto, y el monte Nebo donde afirman que está la tumba del mismísimo Moisés, libertador de los israelitas oprimidos por el Egipto faraónico.


Excavada en los paredones del milenario cauce seco del río de Moisés (el wadi Musa), se alzó unos siglos esplendorosa hasta quedar olvidada y casi derruida. Para encontrar la luz seductora y sonrosada que refleja sobre el desfiladero el llamado templo del "Tesoro", los viajeros han de atravesar el famoso “Es Siq” desfiladero que sale al final de la película “La última cruzada de Indiana Jones”, porque es verdaderamente cinematográfico. A veces las rocas de ambos lados parecen aproximarse tanto que hacen inimaginable poder continuar entre sus angosturas. Y cuando casi era perdida la esperanza de dar buen fin a nuestr loco atrevimiento de atravesar el gran desfiladero, una luz cegadora nos predispuso a admirar un espejismo.

 

Según nos acercamos, un sol muy blanco se fue volviendo de oro, y pronto cambió sus tonalidades en la parte superior de la oquedad hacia un suave y carnoso sonrosado en forma de columnas adosadas, y un dintel que apoya en sus hermosos capiteles. Es el extremo oeste del "Jazné", el primer tesoro que asombra al que consigue entrar en Petra.

 

El Templo del Tesoro puede ser nabateo, pero también pudiera ser otro regalo de aquel emperador de Santiponce, si es que fue él quien lo mandó tallar sobre la roca viva en honor de la diosa Isis, una de sus deidades favoritas. La fachada de unos treinta metros de alta por veintitantos de larga es de lo más impresionante, más que por sus dimensiones por su singular belleza. Sobre el pórtico de orden corintio, se alza el templete que en honor de Isis muestra a la diosa en un bajorrelieve muy deteriorado por el paso del tiempo, aunque también por los disparos de los escopeteros que la usaron de blanco, pues trituraban a balazos la urna de piedra que remata el tholo y que es donde cuentan que aún se guarda el alma de Adriano, enamorado de Petra, que se la dejó aquí antes de partir a su villa de Tívoli. En los intercolumnios y los nichos de la monumental fachada aladas victorias y guerreros a caballo, así como otros relieves difíciles de interpretar por encontrarse ya irreconocibles, dan la clave exterior de este templo que en su interior más bien defrauda por su extremada desnudez ornamental. La sola roca donde fuera excavado hace ahora casi dos milenios es su mejor ornato. A contraluz, se escuchan las explicaciones de los bedús, tribu beduina que surte de guías esta joya del turismo mundial, y que se dice descendiente de aquellos nabateos que excavaron Petra. 


Y desde esta primera parada avanzaremos hacia el interior de la ciudad perdida, para admirar sus monumentos excavados, casas, templos... y hasta un teatro romano (nuy deteriorado).




Y una turista, curiosona ella, entró sin miedo por las hoquedades polimíticas feliz como como una  cría  juguetona  desapareciendo unos  instantes,   y menos mal reapareciendo sonriente.



             

De Teotihuacan a Palenque ( I )

 

En  la  llamada   “ciudad  donde  habitan  los  dioses”  encontraron  los  perplejos peregrinos  aztecas   los  imponentes  restos  de  una  milenaria  civilización  con inmensas avenidas y gigantescas pirámides,  muy anterior a la que ellos crearían a partir de Tenochtitlan. Nadie consigue explicar definitivamente la decadencia de Teotihuacan,   primer  imperio  mesoamericano,  que  no  tuvo  más  rival  que  su impericia,  ya que  la  tala  sin  reposición  de  los  bosques  que  circundaban tan grandiosa  capital  desecó los terrenos,  y hubo  hambre y revueltas hasta que los desfavorecidos  lograron  expulsar a   sus  dirigentes  para  después  incendiar  y saquear la gran ciudad.

 

Los que escaparon se dirigieron mayoritariamente a la Península de Yucatán llevándose consigo su cultura y sus antiguos dioses, como Quetzalcoatl, la serpiente emplumada, o el dios Tláloc que volvió a darles lluvias abundantes en las nuevas tierras orientales, donde le llamaban Chaac. Y gracias a las aportaciones de los teotihuacanecas, los mayas decadentes, consiguieron volver a florecer algunos siglos más.

Olvidadas las monumentales ciudades-estado de los mayas, el fraile dominico del siglo XVI, Pedro Lorenzo De la Nada, se encontró en Chiapas con una de ellas en sus incursiones evangelizadoras desde San Cristóbal de las Casas (entonces llamada Ciudad Real). Este misionero rebautizó el topónimo maya Otolum, que significa “tierra de casas fuertes”, denominando Palenque a aquella ciudad perdida, y Santo Domingo de Palenque a la misión que fundó no lejos de ella. 

 

El fraile De la Nada, nada había perdido en estas selvas hasta que encontró en ellas a Itzayana, una indita chole, descendiente de los ajaus mayas de Otolum, y en ella se perdió él mismo sin poder volverse a encontrar. La adoró como a una virgencita sin hacerla su mujer, y se escapó llevándola consigo a las selvas de Tabasco cuando sus superiores pretendieron alejarle de ella.

 

San Pablo dejó escrito que “más vale casarse que abrasarse”, pero Fray Pedro era hombre de fe y tenía jurado el voto de castidad… ¡pobre fraile enamorado! Sus catequizados de Santo Domingo de Palenque contaron cuando ambos desaparecieron sin dejar rastro que, probablemente, Itzayana no era sino una de las muchas apariencias de la hechicera Xtabai. Así que aquí lo dejamos de momento y a la vuelta os diré de esta leyenda yucataneca.