lunes

 

Sant  Geroni

   

 

Era aquel tiempo que cobraban vigencia nuevamente las palabras de Cristo, porque la Iglesia en vez de templo de oración era cueva de mercadeos. Los obispos Fonseca se pasaban las mitras de padre a hijo, y los Borja hacían lo mismo de tío a sobrino (Alonso a Rodrigo la de Valencia), y los Mendoza… más de lo mismo. Pero, pese a sus egoísmos, la Historia ya había condenado a todos ellos a entenderse (“a mayor gloria de España” nos predicaban en nuestros colegios). Los Reyes Católicos ayudarían a encumbrar dichas tres mitras, ellas les dieron el dinero necesario para pagar la conquista de Granada, y al ser papa aquel Borja de Gandía les devolvió el favor con esa parte del león en el reparto del mundo que les bendijo en 1493.

Antes que asesinaran a Juan Borja en Roma, engendró al hijo que llegó a casarse con una nieta de Fernando el Católico, y esta dio a luz en 1510 al que sería San Francisco de Borja. Pues bien, dicho santo sigue siendo poderoso imán que atrae a miles de visitantes a Gandía y a su histórico entorno aun fuera del tiempo playero.

Nosotros fuimos de los atraídos en un puente de la Inmaculada, y como se nos olvidó llevar traje de baño, nos consolamos de no entrar al mar con un turismo de interior que, la verdad, nos resultó bien grato. Ya os contaré en otra ocasión lo visto y disfrutado por Gandía, pero antes seguro que os va a gustar que admiremos una joyita poco conocida que está cerca de la ducal ciudad y su preciosa playa. 

 

Se trata del Real Monasterio de San Jerónimo de Cotalba (Cota = colina, alba = blanca), también llamado de Sant Geroni del Tossalet, (tossalet = altozano), que está situado en el valenciano término municipal de Alfauir (a sólo 8 kilómetros de Gandía) sobre un precioso entorno natural.

Se trata de uno de los monasterios mejor conservados desde la exclaustración de las órdenes religiosas por causa de aquellos decretos desamortizadores del siglo XIX. Su magnífica construcción data nada menos que del tiempo de Alfons el Vell, duque real de Gandía, que lo patrocinó en 1388 para la orden de San Jerónimo, santo que aparece en un bajorrelieve sobre la primera portada del recinto.

Bien es verdad que este monumento del pasado fue reformado varias veces, desde los tiempos de la duquesa de Gandía María Enríquez,  la esposa y madre de los históricos duques de Gandía, nuera del papa Borja Alejandro VI. Por eso conlleva tanto trazas góticas y mudéjares, como renacentistas, barrocas y neoclásicas.

En su antigua almazara se conserva una grisalla del pintor  Nicolau Borrás, que llegó con sus pinceles a Sant Geroni y se quedó aquí de fraile. Particularmente, a nosotros nos ha cautivado, sin demérito de La última cena obra de Borrás, su delicioso jardín romántico, también obra de arte (realizado a finales del siglo XIX).

 Otra mención especial merece el sepulcro gótico de los Infantes Juan y Blanca de Aragón, hijos de Alfons El Vell, construido por el maestro de Xàtiva Pere Andreu en 1380, antes de que se iniciara la construcción del monasterio, y traído luego aquí.

Este sepulcro, adosado en lo alto del muro norte de la antigua sala capitular (hoy capilla familiar de los actuales propietarios del monasterio), es un interesante sarcófago medieval que todavía conserva restos de su policromía original.

Además nos parece destacable la escalera de caracol que sube al claustro alto, situada en el ángulo sudoeste de la capilla, de estilo gótico flamígero de finales del siglo XV, con  decoración vegetal en yesería.

Nada más penetrar en el recinto monacal amurallado, nos llama la atención, a la derecha, lo que nos explicarán que fue parte de una alquería morisca anterior a la fundación conventual, con una torre exenta (quizá alminar de una mezquita desaparecida), remodelada en el siglo XVII y cubierta a dos aguas.

Al construirse el monasterio dicha torre exterior cambió sus fines religiosos por los defensivos, reforzando el carácter de la torre almenada-campanario adosada a la iglesia.

Al pasar junto a esta torre mayor, hacia la entrada del monasterio propiamente dicho, nos paramos a leer una placa fundacional en mármol reciente (el original se conserva en el interior, pero apenas ilegible).

 “Lo Molt Alt Senyor Don Alfonso, fill del Infant En Pere, Duch de Gandia, Marques de Villena, Comte de Ribagorça e Denia funda aquest monastir a honor de Deu e Sant Geroni l’any MCCCLXXXVIII”.

Debido a las reformas llevadas a cabo en la iglesia y que tuvieron como consecuencia el recrecido del edificio, se modificó sustancialmente la imagen que ofrecía la fachada, pero todavía destacan dos portadas de entrada al cenobio.

La portada principal, que daba paso a las dependencias monásticas, es de arco apuntado sobre el cual hay un tondo con el escudo del fundador, Alfons el Vell, duque que estuvo a punto de suceder en el trono a Martín el Humano, pero falleció antes de pronunciarse el Compromiso de Caspe que, en sustitución de él, eligió rey de Aragón y Valencia a Fernando el de Antequera, el Trastámara que había alcanzado justa fama en la Guerra de Granada.

Y la otra entrada, la que da a la iglesia, es de arco apuntado con arquivoltas y pequeñas columnillas, estando el pórtico cortado a derecha e izquierda para facilitar el paso de los grandes carros (ver infra detalle), ya que el interior eclesial ha venido teniendo usos agrícolas y otros bien diversos.

Hablando de los antiguos ocupantes, recordaremos que los monjes se alimentaban de las verduras y frutas de su huerta, huevos de sus gallinas, y leche de sus cabras y vacas. También tenían ovejas, pero nos cuentan que sólo se permitían comer carne de pollo en contadas ocasiones. Durante la comida no hablaban entre sí pero podían escuchar al monje lector. Se conserva bastante bien el claustro, en parte original del siglo XIV pero casi todo de los siglos siguientes, hasta el XVIII.

Aunque los arcos y las claves sí son de piedra, la parte antigua con los nervios de las bóvedas y los arcos apuntados son de ladrillo y mortero de cal, a lo mudéjar, creando una singular bicromía. En el patio central se halla la cisterna con caños, mandada construir por la duquesa María Enríquez a comienzos del siglo XVI.

Es sabido que el monasterio albergaba un rico patrimonio artístico, que se dispersó tras la desamortización. La Custodia pasó a la Colegiata de Gandia, el Órgano a las Escuelas Pías de la misma localidad, la Campana grande fue a Xeresa, la imagen de la Virgen de la Salud fue llevada a Rótova,… y las notables obras pictóricas de Fra Nicolau fueron trasladadas al Museo de Bellas Artes de Valencia. Pero los nuevos dueños han vuelto a enriquecer su propiedad con numerosas obras de arte de su colección privada, además de crear un romántico jardín a la francesa.

Tanto los jardines como las demás zonas adyacentes al monasterio, configuran espacios paisajísticos agradables de ver y pasear sin agobios ni prisas. Se nos va haciendo hora de volver a Gandía, pero antes de dar por terminada tan agradable visita pasamos a lo que fuera dependencia agrícola, que han rehabilitado para salón de actos, donde hemos sido espectadores de una interesante proyección audiovisual sobre lo que llevamos recorrido. Así recapitulamos lo visto antes y después de la proyección: Este lugarejo fue donado a los monjes jerónimos en 1388, por el duque Alfonso de Aragón, Alfons el Vell, nieto del rey Jaime II. El duque lo compró a los campesinos moriscos para la construcción del monasterio, que fue bendecido por el cardenal Jaime de Aragón, que era su hermano y le tenía recomendados a unos eremitas, décadas anteriores asentados en unas cuevas la plana de Xàbia, no lejos del mar plagado de piratas berberiscos. En 1374, el papa Gregorio XI, les había autorizado a crear un cenobio, pero al ser asaltado en 1387 por los de la Berbería, y teniendo que pagar su caro rescate Alfons el Vell  (que da nombre a una calle de Gandía), le surgió la idea de cambiarlos, una vez libertados, a lugar mucho más seguro. 

"Pensat y fet": Pere March, padre del poeta Ausias March, como mayordomo del duque, es enviado para localizar el mejor emplazamiento y dirigir las obras del nuevo edificio tierra adentro. Extinguido el primer ducado, por falta de sucesión, ha de pasar a la Corona que después venderá Gandía en 1485 al entonces cardenal Rodrigo Borja, para su hijo Pedro Luis, prometido en matrimonio a  María Enríquez. Muerto Pedro Luis, esta se casa con su cuñado Juan Borja, segundo duque, de quien le nacerá un hijo y María se queda a su cuidado en Gandía, mientras Juan se marcha a vivir en Roma, donde morirá asesinado. La duquesa viuda fue mecenas de Sant Geroni, monasterio al que además de favorecer con generosas donaciones, le concedió exenciones de impuestos y otras muchas atenciones.

Llegamos a 1812, y la invasión napoleónica determina la evacuación de los monjes hasta que finaliza la guerra, pero años después han de salir nuevamente (en 1820 por miedo a los liberales, y en 1835 por causa del decreto desamortizador de Mendizábal).

Los compradores del ex-monasterio le convierten en explotación agrícola, hasta que el golpe militar de 1936 desencadena las trágicas novedades que transforman Sant Geroni en hospital de guerra y en asilo de ancianos. Luego de la victoria de los sublevados, volvió provisionalmente a ser convento para aquellas carmelitas descalzas exclaustradas de sus celdas conventuales (donde encerraron a numerosos vencidos que no habían logrado exiliarse). Finalmente, derrotado el fascismo en la II Guerra Mundial, y vaciados los conventos-prisiones, las carmelitas residentes en sant Geroni pudieron volver a sus celdas, y los dueños del recinto volvieron a él, restaurándolo y volviéndolo a habitar. La vida siguió su curso sin más desalojos, y nos cuentan de la generosidad de los propietarios empleadores de braceros en aquellos penosos años, y además de su encomiable sensibilidad y respeto a este valioso patrimonio histórico, que mereció ser declarado Bien de Interés Cultural en 1994.  Con todo, nos volvemos muy contentos a Gandía para rumiar junto al mar la satisfacción que nos ha proporcionado tan agradable visita. (Recordamos que el pulsar amplía las imágenes).