jueves

 

C U Z C O

 

Aterrizamos en el aeropuerto “Velasco Astete”, junto al ombligo de la creación (según creencia inca). Hemos llegado con bien a Cuzco, el mítico Cusco, y nos está esperando nuestra guía cusqueña la cual, tras las cortesías y el recibimiento musical, ya nos comienza a explicar algunos pormenores de esta histórica ciudad  según nos va acompañando el hotel “Marqués de Picoaga”. Dice llamarse también Rosa y "Nosequéademás" (sus apellidos son peruanos de pura cepa). Tiene un gran porte, y derrocha con nosotros sus valiosos conocimientos y sinceras amabilidades, siempre con una sonrisa a flor de labios.

Nos cuenta ya de entrada que esta urbe tiene el trazado de un león andino, un puma-dios para los quechuas, y añade informaciones interesantes, como que la calle Pumakurko, que aún conserva su mismo nombre tras medio milenio de cambios, es la espina dorsal de dicho dios-felino,…

…y que en el barrio de Pumaqchupan, que significa la “cola del puma" y está al final del Cusco antiguo, se encontraban los ríos actualmente canalizados Safi (raíz) y Tullumayu (río delgado), justo debajo del Parque Orellana,…

… mientras que la feroz testa del puma gigante queda allá en lo alto, en la fortaleza incaica de Saqsayhuaman, cuyo nombre, “Uma saqsa”, significa "cabeza de jaspe".

Pocos minutos después ya nos estará invitando a que bajemos relajados pero animosos del minibús cusqueño que nos ha traído desde el aeropuerto hasta el hotel, porque antes de aposentarnos en él nos propone (y asentimos gustosos) que  nos limitemos a dejar nuestro equipaje y salgamos cuanto antes a disfrutar paseando con ella por todos el histórico entorno, por calles aquí generalmente rectas y bien empedradas, a diferencia de las de los cascos históricos españoles de urbanismo más islámico que incaico, aunque encontremos algunas similitudes.

Los cuzqueños fueron urbanistas que normalmente construían recto, y alzaban muros con piedras ensambladas bien mediante ajustes casi hasta el micromilímetro en los barrios de las élites, o con adobe consistente que llamaban “pirka” en los del pueblo llano. Bajamos hacia la cercana Plaza de Armas por la calle de Santa Teresa, echando unas miradas a la Plaza de Qusipata, que conserva la casa donde nació y vivió el Inca Garcilaso, hijo del barcarroteño Sebastián Garcilaso de la Vega y la princesa cuzqueña Chimpu Ocllo.

Nos dice Rosa que el Cusco de cuando los Incas, pivotaba sobre una enorme plaza que dividía en dos el río Safi. El espacio llamado Huacaypata, (gran parte de la actual Plaza de Armas), era el “lugar del llanto”, donde además de ceremonias de los gobernantes del Tahuantinsuyo, se ejecutaban las penas de muerte, y también los duelos públicos por las defunciones de personajes importantes.

Mientras que en el otro espacio, por el que acabamos de pasar, el Qusipata, lugar del regocijo desde los tiempos más pretéritos, se festejaba la alegría del después de las penosas ceremonias, y así la población se compensaba de los horrores o los duelos presenciados. Ahora es un lugar muy plácido con  zonas ajardinadas.

Entre ambos espacios se elevaba el estrado donde los egregios se dirigían a la multitud. Y circundando la citada gran plaza de aquel entonces estaban los edificios importantes junto a palacios de los Incas, donde aún después de muertos residían y seguían reinando de algún modo. Hacia el Nordeste de la repetida  plaza destacaba el Qasana, desaparecido palacio del Inca Pachacutec, actual conjunto de edificios que dan a la gran plaza y en cuyo flanco sur oriental porticado María Rosa captó estas dos imágenes de cusqueña y madrileño.

Después admiramos la hermosa catedral cuzqueña, edificada sobre los restos de otro palacio, el  Qishuarqancha, que era del Inca Huiracocha (también escrito Wiracocha). 

La piedra de los “Doce ángulos” queda un poquito más allá y seguidamente la veremos. Está en la calle peatonal  “de la roca mayor” cuyo nombre original en quechua se ha mantenido: Hatunrumiyoq, donde tenía alzado su palacio el Inca Roqa, pero que tras la conquista ocuparía el obispo Valverde, pariente de los hermanos Pizarro, y ha sufrido tantas reformas que hoy es difícil apreciar cómo llegaría  a ser.


Otro palacio, el Qollqanpata, localizado bajo la actual parroquia de San Cristóbal, fue el de Manco Capac, que en el primer reparto de Cusco correspondió al conquistador Diego de Almagro…

… al igual que Huayna Capac tuvo el palacio Amaruqancha, sobre el cual se construyó la iglesia de la Compañía de Jesús.

Tras esta gratísima primera vista a la redonda, la amable Rosa nos acompaña al hotel…

... y espera hasta que ocupamos satisfactoriamente la habitación que ella misma nos ha elegido en la planta principal, al parecer donde estuvo la alcoba de los marqueses, cuya entrada se asoma a una especie de claustro…

… y cuyos enrejados ventanales dan a la calle de Santa Teresa (la que baja hacia el Qusipata).

Rosa nos dice que el hotel ocupa lo que fue un palacio del siglo XVII perfectamente conservado, sin precisar restauraciones ni añadidos salvo los mínimos de adaptación hostelera.

Estamos conmovidos por tantas atenciones e intentamos corresponder invitándola a comer, pero Rosa declina la invitación pretextando tener aún que pasar por su agencia antes de volver a por nosotros en un par de horas para acompañarnos a visitar Saqsayhuaman. Finjo protestar por tan escaso tiempo para mi sagrada siesta española pero de nada me vale, pues me recuerda sonriente algo de lo explicado en nuestro grato paseo: “Desde los tiempos del Incario, sometidos diversos pueblos con ritos y costumbres propias, se implantó en Perú, sí o sí, la lengua quechua como idioma oficial, y además una organización social basada en la resignación a hacer lo debido más que lo apetecido, siendo ley su principio “Ama kella” que significa “no seas perezoso”. Con lo cual nos reímos los tres despidiéndonos hasta después de comer y prometiéndonos incaica puntualidad. Así que pasamos a la habitación lo justo para asearnos y cambiarnos de ropa (y para saludar yo mi cama, tras mirarla un tanto compungido. ¡Que dura es la vida del turista!)

María Rosa salió antes que yo, y al ver que me paraba para enfocarla en la escalera me apremió con un  "Venga... ¡ama kella!" (Pero como no entiendo bien el quechua no la contesté a lo último que me dijo)

Y como íbamos bien de tiempo seguí haciendo más fotos, en el sotoclaustro del hotel...

... en la esquina del Qusipata o Plaza del Regocijo con la calle Espaderos, después de girar a la izquierda desde la de Santa Teresa…


… para encontrar sin pérdida posible, nada más entrar en Espaderos por su acera de la izquierda, el bar-restaurante al que Rosa nos orientó cómo llegar desde el hotel (al fondo ya es la Plaza de Armas)

Ahí comimos un menú sencillo con postre de la casa ( yo un delicioso cuenco de fruta troceada y generosamente cubierta de nata montada y chocolate líquido). María Rosa pidió otra cosa por su manía de no querer engordar, lo cual la digo que dudo que suceda con el tute que nos lleva dado la incansable Rosa. Al mentarla mira el reloj y entendí que quería reencontrárnosla a las dos horas en punto, y al girar a la derecha desde el Qusipata ya avistamos a nuestra derecha, antes del hotel, el mismo minibús del aeropuerto, con distinto conductor, pero con la amable Rosa esperándonos junto a un bello edificio.

Arrancamos pues, en dirección opuesta a la del aeropuerto, hacia el gran templo-fortaleza de Sacsayhuaman, que nos iba a parecer (junto con el Machu Picchu que también estábamos muy cerca de ir a visitarlo, una de las más grandiosas obras arquitectónicas del Tahuantinsuyo, evidentes pruebas de las capacidades tecnológicas y de organización de aquel imperio que desbarataron un puñado de extremeños analfabetos (¡misterio insondable de la Historia Universal!). Una nube pasajera durante el corto trayecto me da como un toque de atención para que deje de lucubrar esas cosas estando de turista, para no emborronarme la visión de las preciosidades que se nos está concediendo poder admirar.

Así que hago propósito de enmienda,  y ya nos zambullimos en esta nueva maravilla agradeciendo poder recorrerla sanos y felices. Nos dice Rosa que el nombre que tiene significa en quechua "halcón satisfecho", aunque anteriormente nos había dicho que Cusco era un puma agazapado del cual Saqcsayhuaman vendría a ser su cabeza. Pero a nosotros plim, cabeza de puma o halcón satisfecho, estamos encantados de estar en él y lo de menos nos es cómo se llame.

Las dos Rosas, charlando y haciendo fotos, me siguen sin mis impaciencias de devorar con los ojos y la videocámara tan colosal recinto. Y me tendré que enterar el último que este obrón lo mandó comenzar Pachaqutec, lo continuó Tupac Yupanqui y lo concluyó Huayna Capac. Y que el Inca Garcilaso certifica que el arquitecto diseñador y ejecutor del proyecto inicial fue Apu Huallpa Rimachi, siendo sus continuadores sus colegas Maricanhi, Acahuana Inca, y Calla Cunchuy.

Tampoco escuché, carabobo de lo feliz que estaba tan sólo con ver, lo que le contó a María Rosa su tocaya, acerca del expolio de estas piedras durante siglos y siglos, como si fueran cantera  fácil para las construcciones del Cuzco colonial.

Rosa trata de impresionarnos en favor de Inti (aunque a estas alturas de nuestras vidas no queramos cambiar de religión), describiéndonos la ceremonia del solsticio invernal llamada el Inti Raymi, en la que la estrella Sirio alimenta a dios-Sol debilitado tras el año de dar su luz y su calor a los humanos, para que retomase su vigor y pudiera otorgar vida otro año más. Los demás días del año Inti reina (reinaba) desde aquí, su palacio inmenso y fuerte pero más templo que castillo, pues sus baluartes, torreones, capillas, adoratorios, sendas y acueductos, son más bien (fueron, que casi todas las piedras más llevaderas las bajaron a Cuzco) más objetos de culto que instalaciones defensivas, aunque Sacsahuaman a primera vista nos parece más guerrero que sagrado.

En mi adelantado brujuleo, espero en una preciosa puerta pétrea a las dos chicas rezagadas...

... y al llegar ellas a dónde estoy recostado, Rosa me soprepasa y nos hace seguirla por las escaleras ascendentes, para mostrarnos desde más altura lo que ha cambiado la capital del Incario.

Lo que ahora vemos no haría muy feliz a ningún Inca. Es como si la imperial Cusco quisiera escaparse de su especie de cráter apagado, porque cientos de casas escalan las montañas desde lo hondo. Así que, para apartarnos de tan deslucida visión, Rosa nos lleva hacia otra puerta de este gran templo del dios Sol de los Incas, para orientar nuestra visión a sus pasadas grandezas.

Mover estas piedras desde las canteras de donde proceden debió resultar un fatigosa proeza, pero también fue mérito el hacerlas casi fundirse nuevamente como en la roca de su origen común, impenetrables sus tan finos intersticios, tanto en las puertas como en los muros que tocamos admirados como incrédulos de que sean obra humana.


No nos queremos ir todavía, es la verdad, pero Rosa se empeña en que pasemos dentro de la catedral antes de que la cierren porque se nos haga de noche. Y es que nos recuerda que mañana tempranito nos llamará a la habitación si no estamos abajo, porque el tren que nos llevará hacia el Machu Picchu no querrá irse con plazas vacías porque no llegaron ocuparlas a su hora algunos turistas dormilones.

También sospechamos que, además, tras hacernos escuchar repetidas loas al dios Inti, Rosa quiso probarnos sin palabras que esa devoción era sin merma de la que profesa al “Taitacha” de los Temblores, que es donde primero nos lleva nada más ingresar en la catedral cuzqueña. Se trata de un famoso y venerado Cristo que envió acá el emperador Carlos V, rey primero de ese nombre en España, para fortalecer la fe de sus nuevos súbditos, recién conversos manu militari. Este, nos explica Rosa en voz baja y emocionada, es Quien desde siempre aplaca y minimiza en lo posible los cataclismos que sin tregua sacuden Perú, y también la otra clase de seísmos que sacuden las pobres vidas de los que le rezamos con fe, cada cual en su idioma materno.

Sigue contándonos que, llevando aquí cerca de un siglo la imagen impuesta por los conquistadores, aconteció uno de los no raros terremotos peruanos, y los ancianos le pidieron al titular de la diócesis cusqueña que reavivase la antigua tradición, según la cual, en caso de seísmo se sacaban las mallquis (momias sagradas) de los Incas en procesión para aplacar la ira de Inti. El obispo debió pensar que no perdía nada por hacerlo, y autorizó una inmediata y muy sentida procesión, más concurrida cuanto más se distanciaban los temblores y era menor su intensidad. Y desde entonces el Señor de los Temblores, nombre que dieron los cusqueños a la imagen, cobró más devoción, puesto que de remate del milagro fueron autorizados los festejos populares prohibidos que acompañaban en el Incario al cortejo procesional, es decir un festín donde gozosamente se bailaba y se comía y se bebía dando gracias a Inti y, a partir de entonces también a ese nuevo Diosito crucificado, por  haber mediado en el final feliz de la tragedia sísmica. 

Rosa nos remata su mensaje de fe al dejarnos en el hotel, deseándonos un feliz descanso para poder trepar ligeros al día siguiente por el “camino inca” del Machu Picchu: “Inti o Taitacha Jesús, todos los nombres se refieren al mismo Padrecito Salvador del peruano, Aquél que aplaca los temblores de los seísmos y también de las almas. Que Él les bendiga”. Amén Rosa.