miércoles

 L I M A

 

Nada más aterrizar en Lima y librarnos de nuestro equipaje, hemos subido a la terraza del hotel para otear nuestro entorno en el barrio de Miraflores. Aunque nos atraía la inmensa pirámide de la huaca Pucllana, al parecer de hace un milenio y medio, decidimos no demorarnos en su inmenso recinto para dirigirnos al sugestivo mirador frente al Océano Pacífico, sobre un abrupto acantilado, en la parte conocida como Parque del Amor.

Allí fue cuando nos dimos cuenta que, tanto sobre la inmensidad oceánica como sobre tierra firme, imperaba el color gris. Nos habían dicho que aquí llueve poquísimo, con lo cual no es que estuviese nublado sino que el aire conforma como un velo de ceniza, que llaman “garúa”, y que nos hurta el color que era de esperar en un día de primavera. 

Nos proponemos seguir hasta el barrio de Barranco, que hizo mundialmente conocida Chabuca Granda con su preciosa canción “La flor de la canela”, antes de adentrarnos en el corazón de esta inmensa megápolis de diez millones de almas, aparte turistas. Lima es la puerta al Gran Perú de nuestros destinos programados, pero ya aquí vamos hallando la suma y la síntesis de tantas razas y culturas que persisten y se acrecientan desde la irrupción de aquellos osados extremeños en el imperio del Tahuantinsuyo incaico, que abarcaba desde Ecuador a Chile, y aún hoy no deja de resultarnos sorprendente que conquistaran con tanta rapidez.

Sobre el escueto asentamiento que ocuparon al cacique Taulichusco, los españoles fundaron aquí mismo, sólo que el 18 de enero de 1535, su entonces denominada “Ciudad de los Reyes”, comenzando a construir seguidamente modestas o lujosas casas coloniales, además de una catedral y dos conventos, respetando a los autóctonos sus viviendas y sus sagradas huacas de cultos ancestrales aunque no absolutamente, ya que justo sobre el adoratorio del curaca prehispánico del Valle del Rimac, levantaron una casa para el capitán Aliaga, próxima a la casona de Francisco Pizarro. (Imponente hasta por fuera la Casa de los Aliagas, cuyos subsuelos harían las delicias de los arqueólogos).

La Catedral, que comenzó a construirse el mismo día de la fundación de la ciudad y los conventos de San Francisco  y de Santo Domingo, son dos joyas de la vieja Lima que nos han animado a visitar, además del gran santuario del dios Pachacamac (que nos dejaremos para cuando volvamos a Lima de nuestro extenso recorrido que por supuesto incluye Cuzco y el Machu Pichu). Y la ciudad vieja será después de ir a saludar a la inmortal Chabuca junto a su “caballero de fina estampa”, y al viejo puente del río y la alameda, por la vereda que antaño se estremecía por causa de unas rítmicas caderas…


Acodado en el viejo “puente de palo”, el de los suspiros sobre el cauce seco del río del amor... que ya no existe. Desde hace años tampoco hay alameda. Mi fotógrafa me hace admirar la iglesia que hay al lado. Está pintada de ocre-rojo, que es el color que hace juego con el puente. Parte de su techumbre está a la vista, como si es que estuvieran restaurándola... Es de madera y también de caña y barro, sus urdimbres íntimas, frágiles en apariencia pero más resistentes a los frecuentes seísmos que la piedra a la extremeña de los primeros albañiles españoles. Tras los continuos temblores de la falla oceánica preguntaron a los peruanos (pues se les vino abajo el primitivo templo) y fueron bien alecccionados. Lo humilde y eficaz siempre es mejor que la apariencia prepotente, que suele resistir mucho peor.


 

Cumplida esta visita nos adentramos en la Lima virreinal, admirando sus casonas y sus plazas, como esta del Libertador San Martín, inaugurada en 1921, primer centenario de la Independencia del Perú, y cuyo monumento de bronce es arte del español Benlliure.  

Tras la fundación de su Ciudad de los Reyes, Pizarro repartió los solares entre sus adictos, con preferente atención a franciscanos y dominicos. El afamado convento de San Francisco fue en su origen una iglesita con terreno adyacente que en el siglo XVII iba siendo objeto de sucesivas ampliaciones de dicho templo fundacional, pero todo quedó destruido por el fuerte seísmo de 1655. Dos años después, el virrey Guzmán, conde Alba de Liste, colocó la primera piedra del convento que ahora conocemos adornado con azulejos traídos de Sevilla…    

…y que nos alegra con su capilla en honor de la Virgen de la Antigua, patrona de Guadalajara.

En la siguiente visita, al convento de Santo Domingo, preguntamos antes de ver nada por la cripta de Santa Rosa, tocaya de mi organizadora de este y otros viajes que han sido y son más mérito suyo que de mí. Y allí mismo, además de verla emocionarse ante la tumba de su santa, la vi contenta escuchando que en Lima siguen celebrando por todo lo alto su festividad el 30 de agosto.

Ya sin prisas, con el buen sabor de haber saludado a su santa, nos demoramos en los claustros conventuales también adornados con azulejos...


… y en cuyos preciosos patios ajardinados buscamos y encontramos rosas, como era de esperar.

Y ya bien satisfechos, después ni siquiera vimos por dentro la catedral, en la Plaza Mayor, junto al palacio arzobispal, monumentales ambos edificios.

Aunque no podíamos dejar de visitar la Plaza de Armas, con el palacio gubernamental, que llaman la “casa de Pizarro” porque aquella estuvo en el mismo solar de este.

Cumplido satisfactoriamente lo que habíamos programado, echamos el resto del día en callejear y ver gente encantadora…


… agradeciendo la alegría de unas amables colegialas al reconocernos como españoles…

… y retirándonos pronto a descansar porque madrugaremos para despedirnos de Lima hasta dentro de unos días, en los cuales será nuestro pretendido recorrido por diversos lugares de Perú, teniendo previsto regresar cuando lo concluyamos a la misma terminal nacional del aeropuerto "Jorge Chávez" que usaremos para salir a visitar Nazca, distinta de la terminal internacional en la que esta mañana, recién aterrizados procedentes de España, nos han recibido con música y sonrisas.