LA ALHAMBRA
La Alhambra de Granada es la
ciudad palatina andalusí mejor conservada actualmente, a diferencia de Medinat
Azahara (en proceso de restauración) que fue la gran ciudad residencial del
califato de Córdoba. Esta que hoy visitaremos albergó la más modesta pero no
menos magnificente corte de la taifa nazarí. Y, pese a las chapuzas
arquitectónicas que hubo de sufrir tras la conquista cristiana, una vez
restaurada sigue siendo una de las joyas más preciadas de la arquitectura
hispanoárabe.
Etimológicamente, Alhambra procede del nombre completo "al-Qal'a al-hamra" o fortaleza roja. Aunque también he escuchado que "Alhambra" es simplemente “la Roja”, forma femenina del apodo de Muhammad ibn Nasr, su fundador, más conocido como Abu al-Ahmar ( Abu "el Rojo"), el pelirrojo que hizo pactos de estado con el rey Fernando III el Santo para salvar el reino nazarí tras la toma de Sevilla.
Dicho rey pelirrojo fundó su medina real en el cerro de La Sabika que domina toda la ciudad que se abraza a sus pies, también amurallada en aquellos tiempos por las constantes guerras que la amenazaban desde el siglo XI, asegurando así, además del palacio real, todos los servicios propios y necesarios de la corte, mezquitas, medersas, unidades administrativas, acuertelamientos militares, almacenes, talleres,…
Cuando Alhamar en 1238 regresaba victorioso a Granada le recibieron con el grito unánime de “Bienvenido el vencedor por la gracia de Alá”, pero él, acallando con un gesto a la multitud, exclamó con fuerte voz “Solamente Alá es el vencedor”, lema del escudo nazarí, que vamos a encontrar repetido por toda la Alhambra.
En realidad, este rey
fundador sólo llegó a mandar construir el primer núcleo del palacio, siendo su
hijo Mohamed II, amigo de Alfonso X el Sabio, quien mandó culminar las obras y
fortificar todo el recinto. Más tarde Yusuf I, mandó levantar la Torre de
Comares, y Mohamed V fue el que ordenó hacer el Patio de los Leones. Pero todo
ello comenzó a deshacerse cuando en 1492, conquistaron Granada los Reyes
Católicos, siendo el conde de Tendilla, de la prepotente familia Mendoza, el
mandamás de la Alhambra, para desgracia del histórico conjunto. Hernando del
Pulgar escribe en su fiable crónica: “El conde de Tendilla recibió de Fernando
el Católico las llaves de Granada, y entró en la Alhambra alzando en la Torre
de Comares la cruz y la bandera. De nada sirvió que se pactara en la rendición
que los ritos, la religión y las costumbres musulmanas habrían de ser
respetadas”. Y para remate, el Cardenal Cisneros apuntilló del todo lo acordado
procediendo a desislamizar bruscamente la Alhambra, quizá recordando que Fernando el Católico había dicho aquello del "yo arrancaré uno a uno los granos de esa granada".
Dios los haya perdonado. Menos mal que Felipe II no tuvo el mismo interés que sus abuelos y su padre en adaptar la ciudad palatina hispanomusulmana a las modas arquitectónicas copiadas a Italia, y se paralizaron las demoliciones y las modernizaciones.
Con lo cual, salvado el monumento
de su ruina y abandono (hasta había llegado a ser refugio de
indigentes), la antes deterioradísima ciudadela granadina comenzó a fascinar a
los ilustres viajeros que gustosamente la servirían de propagandistas, Washington
Irving, el príncipe ruso Dolgoruki, Alejandro Dumas, y otros personajes
internacionales del siglo XIX, que reclamaron para Europa el buen hacer de la meritada
saga de arquitectos, estuquistas y alarifes, descendientes o familiares de
aquel primer Contreras que tan amorosamente comenzó las restauraciones y creó, quizá sin
proponérselo, el llamado “Alhambrismo arquitectónico” que podemos admirar
en estancias del palacio real de Aranjuez, o en la palaciega quinta de Vistalegre de la
emperatriz Eugenia de Montijo.
Con todo ello, la Alhambra
fue destino preferente de los privilegiados que viajaron a España para admirar
su arte y su Historia. Aunque, siendo como es proverbial la envidia de algunos
poderosos españoles hacia compatriotas suyos honrados y con talento, prepotentes
ignorantes lograron cesar en sus puestos y alejar físicamente de la Alhambra a sus preclaros restauradores, argumentando que ya no eran apreciados sus "adornismos". El tiempo a veces hace justicia, y a aquellos dos visitantes que volvieron encantados de sus viajes a Granada les ha sido grato comprobar en un congreso que la honesta y magnífica labor de los Contreras "alhambristas" vuelve a ser estudiada y valorada en las
escuelas de Arquitectura, desde los albores de este siglo XXI.
Visitando
la Alhambra sin prisas "japonesas" ciertamente pudimos disfrutarla y hacernos cumplida
idea de lo arrebatadora que debió llegar a ser en sus mejores tiempos, y nos
enorgullece constatar que, pese a sufrir las referidas agresiones, amén de incendios fortuitos y terremotos, sigue
pareciendo supremamente bellísima a propios y extraños.
Todo
en
En
un extremo del lado izquierdo del patio de los Arrayanes, un arco sirve de
ingreso al Haram (el harén del monarca).
Y una
arquería de mocárabes da paso al más famoso patio andaluz, mandado construido en el siglo XIV por Mohamed V, que está rodeado por la más grácil
galería de columnas, no todas ellas originales debido al expolio que sufrió en
el siglo XX (cuando se regalaban al “amigo americano” desde la rejería de la
catedral de Valladolid a claustros románicos o monasterios completos) y así, parte
de ellas, hemos lamentado encontrárnoslas en nuestra visita al Metropolitan
Museum de NYC.
Todas
las alcobas están ricamente decoradas con cúpulas de mocárabes y paredes con
estuco de colores, y en el centro de cada dependencia había fuentecillas con
tazones circulares que reflejaban las cúpulas, perforadas para dejar entrar la
luz diurna y nocturna, envolviendo de sugerentes claroscuros el deambular de
sus privilegiados ocupantes. En fin, una estremecedora delicia que hay que ir a
disfrutar en directo, mejor que conformarnos con que nos lo cuenten.
Casi
toda
“Oh duna
cuando se mueve, o gacela cuando mira, oh mi jardín escondido, pleno de aroma y
delicias”.
“Apareció sin velo y las tinieblas nocturnas,
iluminadas por su rostro de luna, acompasaron nuestro puro idilio hasta que nos
venció el fogoso amor de madrugada”.
Fuera del
palacio real está El Partal, con un oratorio (también restaurado por los
Contreras que se fotografiaron en su entrada).
El Partal
también disponía de viviendas para los servidores palaciegos, que al parecer
gozaban de comodidades inusuales fuera de la ciudad palatina. Bebiendo en la
alberca nada nazarí que plantaron allí siendo director de la Alhambra Gómez Moreno, nos consoló del tenernos que marchar este simpático
minino, pues debió darse cuenta que las emociones ya nos tenían a flor de llanto
y tuvo la gentileza de acompañarnos hasta la salida de turistas.