SUIZA ( I )
¡O
Täler weit, o Höhen, o schöner grüner Wald...! Subimos el volumen y agradecemos a
Joseph Karl von Eichendorff este
recimiento musical según entramos en Suiza. La cantada
oración viene a cuento por cuanto nuestros admirativos ojos se encuentran justo
en el momento irrepetible de contemplar por primera vez la tierra prometida,
las cumbres y los lagos, las verdes extensiones, los bosques, los frescos
manantiales, la nieve allá a lo lejos...
Apagada
la radio, nos demoramos en nuestra primera parada en Suiza evocando al héroe nacional suizo Guillermo Tell, que nos dio a conocer Schiller:
"(...) - Pues bien,
Tell, pruébame que tiras una manzana del árbol a cien pasos. Coge la
ballesta..., y prepárate a tirar la que vas a colocar sobre la cabeza de tu
propio hijo.
- No bromeéis, señor…
Ved que no estamos acostumbrados a una burla en vuestros labios.
- ¿Quién te ha dicho que
yo esté bromeando? ¡Aquí está la manzana!
- Señor gobernador: no
seréis capaz de seguir adelante con este juego. Si era por asustarme, ya
habéis conseguido vuestro fin. La severidad extrema yerra el prudente
propósito. Si se tensa demasiado el arco, se romperá. (...)"
Antes de volver a arrancar repasamos nuestros
programados circuitos paradisíacos, comprobando que llevamos los mapas de carreteras
y las guías turísticas de cuanto pretendemos visitar. Y sin más dilación
enfilamos la autovía que nos pondrá en Berna.
Al regresar a España nos resultarán muy pobres las
fotos viajeras que traemos. Aunque fiados más en nuestros ojos ávidos de
belleza que en el ojo neutro de la cámara, es cierto que sumado todo nos parecerá
más satisfactoria la cosecha, de imágenes y vivencias, que quisiéramos recordar
durante lo que nos quede de vida.
Tras el confortable descanso de nuestra primera noche en Berna
amanecemos con más ganas que nunca de devorar Suiza, predispuestos lo primero a gozar de
Lausana y su bello entorno, a orillas del lago Lemán, incluso sin esperar a que
levanten sus nieblas matinales. ¡Cuántas evocaciones adolescentes al contemplar
el lago! El relato leído de aquellos prisioneros escapados, que cruzaron
durante la I Gran Guerra desde Evian-les-Bains, nadando a la desesperada, para
encontrar refugio seguro en la neutral Suiza…
Felizmente estamos en tiempo de paz, y de turistas
en Lausana… Así que pensamos que ahora podremos retozar esperanzados por calles, parques, mercadillos, museos, catedral del siglo XIII, toda
la ciudad antigua, jardines soleados cuajaditos de flores…
… pasar a saludar en el Museo Arqueológico al famoso Marco
Aurelio de oro…
… y al salir del museo entrar en la catedral, que la
tienen atrezzada y predispuesta para un conciertazo de Franz Joseph Haydn
(aunque él no estará porque no se le ha vuelto a ver, ni vivo de
muerto, desde primeros de junio de 1809. No importa: estará su inmortal
música).
Nos gustan sus torres, y al entrar nos impresiona su
desnudez tan distinta del revestimiento interior de nuestras catedrales
católicas, sin dejar de reconocer que esta sobriedad protestante también tiene
su encanto, y que son preciosas sus vidrieras.
Comemos en “Ouchy”, no en el palacio edificado sobre
un castillo medieval sino en un vecino modesto restaurante con menú para
turistas. La zona es preciosa, cerca del muelle donde no embarcaremos en uno de
los barquitos que recorren el lago Lemán (otra anotación para el epígrafe
”pendiente para cuando volvamos”)…
…y después
nos vamos a ver cisnes en el gran lago, paseando una playita
artificial de su orilla. Una docena de colegiales también pasean su
digestión, con dos maestras junto a las aguas tranquilas, y nos miran curiosos
y serios. O puede que no a nosotros sino al cisne…
Enseguida nos acercamos a Vevey: café, otro paseíto
y... después seguiremos a Montreux: María Rosa me dice burlona que mira que la
extraña que no me haya puesto a escribir todavía ningún soneto, cuando aquí la poesía
se respira en el aire. Así que me sonrío y la hago caso:
Me fascinan tus labios de cereza
y la gracia sensual de tu dulzura.
No te extrañe, preciosa criatura,
que admirándote pierda la cabeza.
Hasta el lago Lemán, naturaleza
que al reflejarte tiembla de
ternura,
llega el agua antes nieve de la
altura
derretida de amor por tu belleza.
Lausana y tú. La luz del medio día
encandila en tus ojos siderales
a Evián-les-Bains, primor del otro
lado.
Vevey, Montreux,... y tú sois
poesía,
pero eres de las tres tú quien más
vales,
mi linda flor, para tu enamorado.
No parece gustarla, y no me extraña. Don Antonio
tenía razón: se canta lo que se pierde, y afortunadamente ambos seguimos juntos
sin precisar elegías ni añoranzas que provocan mejores poemas que la dicha
cotidiana. No importa, yo me conformo con escribir en verso, que no es lo mismo
que poesía pero lo parece a ojos de los no iniciados.
La siguiente secuencia de nuestro idilio suizo es la
visita al castillo de Chillón. Los que no le conozcan que imaginen un bello
navío de torres sobre un casco rocoso que dirigiera su proa hacia Montreux, pero
que una fuerza misteriosa lo mantiene como anclado en esta parte del lago. Así
es Chillón. Y no sabemos si es sólo él o también este paisaje de ensueño que lo
enmarca (montañas, lago y cielo) lo que seduce de inmediato.
Pero Chillón no dejaría de ser sólo un castillo más,
por mucho que se ponderasen sus murallas añadidas y el esplendor de aquellos
condes suyos que señoreaban el lago de Lausana y Ginebra con su flotilla de
galeras góticas, de no ser sublime gracias
a Margarita Kybourg, la preciosa flor animal de rubios cabellos, cautiva de su raptor y asomada al lago-mar desde su ventana de
doble lanceta, esperando que su novio el rey de Francia decidiera salvarla.
Aunque, siglos después en menor intensidad, pero también, porque todo un poeta como Lord Byron decidió elevar este
monumento a lugar mítico escribiendo acerca de él. Claro que el lord inglés
necesitó a su vez inspirarse en la famosa leyenda del patriota preso que le
contaron en su hotel como a nosotros: “Los ayes, los suspiros, las lágrimas y
la desesperada obstinación del prisionero, único superviviente de la casa
Bonivard, bebedor de las filtraciones humectosas de las mazmorras del castillo,
además de sus propios suspiros y sus propias lágrimas,…”. Nosotros preferimos
la triste historia de aquella condesita, de nieve y miel, que esperó
inútilmente su galera nupcial para reinar en la vecina Francia, y cuya tragedia
movió al futuro Papa Félix V, cuando sólo era Amadeo VII conde de Saboya, a declarar
Chillón como templo del dolor humano para devoción de los que sufren cautiverio.
Entre unas historias y otras, las nuevas brumas que
trae el atardecer anuncian, sobre el precioso lago, que es tiempo de continuar
nuestro turismo suizo, sin concesiones al triste recuerdo de las sufrientes
figuras del castillo. Unos cisnes tan delicados aunque no tan bellos como mi
adorada acaparan la atención de esta, y la de la cámara de otra turista que
amablemente nos pasa dos imágenes.
Después de echar una última mirada al monumento y a su
precioso entorno, abandonamos este paraje de historias y leyendas inolvidables, para acercarnos a
Gruyeres, por espaciosas carreteras de montaña que nos permitirán orillarnos sin
peligro y confraternizar con un paisanaje inesperado, por causa de unos tanques
del ejército suizo. Agradable pausa, charlando, haciendo fotos y admirando el paisaje hasta que pasa el
último del convoy.
Todo nos causa admiración, desde los altísimos
cielos, aún a mayor altura que las increíblemente altas cumbres nevadas,
pasando por los feroces semovientes bélicos, que cruzan mugiendo su estrépito
de cadenas hacia el valle donde pacen las más pacíficas vacas suizas, madres de los famosos quesos que veremos fabricar en Gruyeres.