lunes

G A N D Í A


 


Estaba la mar revuelta

y el viento se las traía…

por lo cual cambiamos playa

por la ciudad de Gandía.

Tan linda ciudad Ducal nos agradó en demasía todo aquel día otoñal… Sus calles semidesiertas nos llevaron a una plaza en la que tienen alzados unos cuantos personajes que,  ya por sí mismos, despiertan la sana curiosidad de saber más cosas de esta preciosa capital de la valenciana Comarca de La Safor.

El primero resultó ser el papa Calixto III (que anteriormente fue el celebrado obispo de Valencia Alfonso Borja). Este primer papa valenciano se propuso hacer mucho y bien por la Cristiandad, sumando lo mejor de su familia a sus nobles empresas, así, entre otros familiares y paisanos instaló en Roma a su sobrino, Rodrigo Borja, tras nombrarle Obispo de Valencia. Y este Rodrigo, cobrando justa fama como asesor de varios Pontífices y favorecedor de la Corona de Aragón, compró Gandía para su primogénito, por haberse extinguido sus anteriores dueños descendientes de reyes (duques reales). 

Tras la muerte de Calixto III, el papa Alejandro VI no fue otro que dicho Rodrigo Borja (con su apellido italianizado a Borgia). Al ser elegido ya tenía cinco hijos con Vannozza Cattanei (los hijos extramatrimoniales eran frecuentes en aquella alta sociedad de la que no se excluían los príncipes de la Iglesia anteriores al Concilio de Trento), siendo su primogénito Pedro Luis (para el cual compró, sin regatear precio, el ducado sin duque que era Gandía).

Rodrigo Borja también movió a Fernando II de Aragón para que casase a su prima María Enríquez de Luna con el flamante duque (ella después hizo méritos propios para ser querida y recordada como la “gran duquesa de Gandía”).  

 

Muerto Pedro Luis, el mayor de los Borjas hijos de Vanozza pasó a ser César que había sido nombrado cardenal a los 18 años, pero trocó su prometedora carrera eclesiástica por la militar. Luis XII de Francia, le nombró duque de Valentinois, casó con una hermana del rey de Navarra, y se puso a la cabeza del ejército papal (su consejero Maquiavelo se inspiró en él para su obra “El príncipe”). Pero la muerte de su padre y la elección del cardenal Julio de la Rovere (papa Julio II) truncó sus días gloriosos.  Escapó a Valencia, amparado por su cuñada la duquesa María Enríquez, viuda de su hermano Juan, y como este murió asesinado, tras vivir unos años apartado de los tumultuosos acontecimientos que antaño protagonizara. Fue padre de la duquesa de Borgia (Luisa, 1500-1533) y de varios hijos extramatrimoniales. Su leyenda negra le presenta como sanguinario sin escrúpulos, pero la moderna investigación resalta su inteligencia y generosidad, no exenta de la “sublime perfidia” que le alabó Maquiavelo. 

Sigue la estatua, tendenciosamente descocada, de Lucrecia la hija del Papa que su padre utilizó para favorecer los intereses políticos de los Estados Vaticanos. La casó a los 13, y tres años después anuló su matrimonio, volviéndola a casar a los 18. Viuda a los 20, a los 22 su padre volvió a emparejarla con el duque de Ferrara. Triste fue que ella nunca pudiese elegir a sus maridos. Según las más fiables investigaciones desde el pasado siglo, que no consiguen disipar la arraigada leyenda sobre sus presuntas perversidades sexuales, fue una gran mujer culta y amable, a la vez que fuerte y decidida.  

Completa el grupo escultórico, el bisnieto de Rodrigo Borja, hijo de Juan y nieto de María Enríquez, la cual le educó cristianamente, y que además de duque de Gandía llegó a ser general de la Compañía de Jesús. Casado con una nieta de Fernando el Católico, ambos vivieron una vida recatada en Gandía hasta que fue amistosamente llamado a la corte del emperador Carlos. Muy afectado por la muerte de la emperatriz Isabel, dicen que pronunció aquella frase "¡No más servir a quien ha de morir"! Y se dedicó a servir a Dios haciéndose jesuita en cuanto se quedó viudo. Rechazó el cardenalato que le ofrecieron para llevar una vida de predicador. Fundó la Universidad de Gandía y compuso obras musicales sacras que, según los expertos, fueron muy relevantes en el siglo XVI. Clemente X lo canonizó en 1671, siendo contrapunto de los Borjas que presuntamente arden en los infiernos según algún puritano sabelotodo.  

Sin entrar en odiosas comparaciones, nos cuentan en el palacio de los Borjas, que el denostado Rodrigo Borja, además de rodearse de hermosas italianas llamó al Vaticano a los más preclaros artistas del Renacimiento, idea que afortunadamente le plagiaron los papas posteriores. Comenzó trayéndose a Roma al viejo Bramante y al joven Buonarroti. Con sensibilidad mediterránea, vino a hacer en Italia lo que Valencia logra con Castilla, y que es equilibrar razón y fe compensando los rigores espirituales con la alegría de vivir, recordando ser de Dios pero sin olvidar al ser humano, logrando para Roma la capitalidad de las artes y las ciencias que detentaba Florencia. Aunque la tentación del poder deslumbra con luces de esplendor, disimula que conlleva negras sombras. 

 

Los Borjas recordados con verdadero fervor en Gandía, sin duda dejaron huella indeleble en la Historia Universal, oculta a veces por multitud de leyendas y rumores en su contra que no empañan las buenas acciones que patrocinaran. Casi todos ellos no creyeron que el hacer hijos fuese lo malo de este mundo, puesto que eran engendrados con amor. La reprobación que merecieron tales actos fue hecha por célibes que las más veces conocían de oídas tan personal tema. El Código Canónico declara que es mejor tenerlos dentro del “ius in corpus y el casto connubii”, pero nadie está legitimado para tachar a tanto hijo de Dios sólo porque ser nacido de un pecado de amor. La vida, como la capa, todo lo tapa. Y, más a estas alturas de los siglos, queda tapada la presunta escabrosa vida sexual de aquellos Borjas emprendedores, que supieron organizarse y organizar el mundo que les tocó vivir, que limpiaron Italia de invasores (esto con notable ayuda de un compatriota suyo apodado el Gran Capitán), que pusieron paz en Tordesillas a los conquistadores de América lusos e hispanos dividiéndoles en dos los vastos territorios que les fue encomendado evangelizar y gobernar con ejemplares “Leyes de Indias”. Su memoria está salvaguardada junto a del Borja santo en la agradable y cómoda visita al palacio ducal de Gandía, sosiego de agradecer entre las caminatas precedentes y subsiguientes.

El Palacio se remonta al siglo XIV del duque real Alfonso “el Viejo”, que eligió el emplazamiento más elevado de Gandía: El “Tossal”. Con la llegada del primer duque real Pedro Luis Borja, fue ampliado y modificado a gustos menos góticos y más renacentistas. Juan Borja, María Enriquez de Luna, y san Francisco de Borja, también impondrán sus improntas personales.




Quedan escasos restos de la primitiva decoración con cerámicas de Valencia, pero sí un espléndido testimonio  del barroquismo valenciano en alguna de sus salas.

Nos quedaremos un rato más, después de concluidas las explicaciones a los visitantes que retendremos con agrado por resultarnos de notable interés. 

Para finalizar nos contaron que, tras la muerte del undécimo duque sin descendencia, el palacio pasó a propiedad de familiares que no vinieron a residir en él. Y que, después de un siglo de abandono, en 1890 la Compañía de Jesús adquirirá el inmueble en pública subasta, destinándolo a residencia de jesuitas y otras funciones, entre la que destaca la recuperación de la memoria de su santo general. Ciertamente que saldremos satisfechos del histórico palau para seguir recorriendo Gandía. 

Al hilo de lo que nos han contado de la duquesa viuda de Gandía, María Enríquez, buscamos la colegiata de la cual ella fue la gran benefactora, fácil de hallar gracias a su alta torre.

Además de mejorar con costosas obras el templo existente, María Enríquez obtuvo de su suegro el papa Borja Alejandro VI, la bula para convertirlo en colegiata (26 de octubre de 1499).

Pere y Joan LLobet habían cincelado en piedra de Cotalba las figuras para la portada y la familia Forment la completó primorosamente…

En el último tercio del XVIII se intentó transformar todo el interior al estilo neoclásico, pero el proyecto no se llegó a ejecutar y por eso mantiene su diseño gótico primigenio.

Verdaderamente disfrutamos Gandía, contentándonos además con saludar desde lejos a la fortaleza de Bairén que, nos cuentan, fue tomada a los musulmanes por el mismísimo famoso rei En Jaume I al frente de sus guerreros en 1239. 

Felizmente dicha conquista no le restó ni un ápice a Gandía su secular encanto mediterráneo.