MAJAELRAYO
Majaelrayo es para mí y mi familia, desde siempre, un pueblo adorable y singular, situado al Noreste de la provincia de Guadalajara, a media ladera del pico Ocejón que desde siempre fue cumbre mágica, iniciática, lugar alto y sagrado para los primitivos pobladores de su entorno y una delicia para etnógrafos, y juglares espontáneos.
Morada de los dioses prerromanos, que otorgaban la vida y la negaban en el decurso de las estaciones.
Hoy vuelve a ser lugar
accesible y salvífico, liberador de las tensiones urbanas, agreste pináculo
desde donde poder admirar una comarca afortunada.
Guadalajara nace en estas
altas montañas de la Cordillera Central, que rondan y superan los 2.000 m. de
altura, vetustas atalayas de la Celtiberia en cuyo regazo se configuran
hermosos parajes bordados de pinares, hayedos y robledales. Desde este extremo
serrano, los viejos caminos, las cañadas de la trashumancia, descienden con los
cauces del Jaramilla y el Jarama, el Sonsaz y el Sorbe, para acrecer al padre
Tajo que abraza a su hijo predilecto, antigua capital de las Españas.
Humanamente monumental y
auténtica fuera de todo convencionalismo, alejada de castillos, catedrales y
palacios, la arquitectura de Majaelrayo, admira pero no envidia la majestuosa
toledana, porque lejos de ser mandada edificar por reyes y prelados aquí se ha
ido levantando a no otro impulso que el de las bregas laboriosas de gentes
buenas, sencillas y pacíficas de tala y carboneo, que de octubre a mayo dejaban
sus delicias hogareñas para penar por seculares sendas llevando sus ganados a
pastar en las dehesas del Guadiana. Las historias de este lugarón serrano cobra
afán de eternidades, e impresiona gratamente al caminante que decide llegarse a
reencontrarla.
Naturaleza viva son las aguas, cantarinas y niñas de los alpestres arroyos, adolescentes riachuelos que juegan a ser lagos mayores en los embalses del Vado y de Beleña, o derraman su torrente hacia los ríos para engendrar cosechas de feraces campiñas cauce abajo. En Majaelrayo las aguas aún reflejan, no sin cierta nostalgia, nevadas cumbres que fueron su cuna, frondosas arboledas, flora y fauna de altura, criaturas elementales que beben sus transparencias y frescuras muy próximas al cielo. El pasado inmediato de este privilegiado mundo rural, que hizo oídos sordos a las llamadas ventajas del progreso, permitió preservar estas bellezas naturales para el ciudadano actual desengañado de urbanos espejismos. La desnuda sinceridad de montes y valles son respuesta válida a tantos interrogantes imposibles de desvelar entre el estruendo de nuestras ciudades. La llamada al sosiego y al reposo durante los días de descanso acrecen el hechizo de estos espacios genuinamente naturales.
Esta posibilidad de
reencuentro con la madre naturaleza es factor esperanzado para los que vienen a
descansar y sosegarse en Majaelrayo, y aprecian cómo sus habitantes se
esfuerzan en cuidar los aspectos marginales que harán más grata su estancia por
breve que sea. Aquí el paisaje es en sí definitivo, resultado de la evolución
natural y cultural, Dios y los hombres hicieron este paraíso, convirtiéndolo en
patrimonio de todos al rescatarlo del olvido. Majaelrayo sabe y quiere cuidar
la naturaleza, cultivar y mantener las pintorescas tradiciones de sus
antepasados, y mantener la bella singularidad de su arquitectura autóctona. Las
laboriosas gentes de esta zona han encontrado sabias fórmulas para ofrecer lo
mejor de sí mismos y de su entorno a quienes deciden acercarse. Los que antaño
fueron dificultades de la zona, altitud, fuertes pendientes, climatología
sanamente rigurosa, sendas y veredas intrincadas por parajes apartados,
resultan ser hoy los más reconocidos atractivos de sus rutas (junto a su
afamado folclore).
Los asentamientos rurales y su arquitectura tradicional, basada en la pizarra, tienen un indudable valor estético que es posible reinterpretar y mantener. Las siluetas de los núcleos centrales en torno a la iglesia de San Juan, y también en los barrios periféricos, están perfectamente insertadas en el paisaje constituyendo otro atractivo más desde el siglo pasado para los amantes de la fotografía.
Los alrededores también tienen en sí un elevado valor paisajístico y natural. Abundan el roble y el quejigo, las jaras y el brezo, las sabinas y los pinos silvestres, las hayas y los abedules, tejos y acebos, chopos y sauces, castaños y nogales, retallos de los extintos olmos que señoreaban las plazas del pueblo.
Dentro de esta naturaleza bien conservada e imponente, queda apuntado que la arquitectura antigua y nueva utiliza masivamente la pizarra, tanto en muros como en cubiertas, dentro del pueblo, aunque en las tainas de encerrar ganado se usaba mayoritariamente sólo en las cubiertas, agregando cuarcitas o calizas en los muros. La utilización de los escasos recursos disponibles forzó a este tipo de construcción basado en el uso masivo de la piedra y la pizarra, la madera y el barro, como elementos conformadores de todo el entramado arquitectónico. Según esto, el mimetismo con el entorno natural es absolutamente armonioso, pasando la arquitectura a formar parte del paisaje, como un todo homogéneo que constituye una agradable novedad para los habitantes provenientes de las grandes urbes.
En lo que va de siglo,
además de contar con los tradicionales albergues y zonas de acampada, están
proliferando las casas rurales de hospedaje y residencia, así como pintorescos
hostales, restaurantes y mesones para atender la demanda de todo tipo de
apetencias de los numerosos visitantes que acuden los fines de semana y en
fechas señaladas, así como los meses de verano o en vacaciones navideñas y de
semana santa. Amén de las lindezas de la pesca, y los variados guisos con las
setas y los níscalos estacionales, la tradición pastoril y monástica trajo al
degustar común los sabrosos asados, las migas, las ollas de matanza, y el
dulzor de los postres regados con la miel de las afamadas abejas de nuestra
dulce amiga Bea, digna continuadora de su padre, el inolvidable botarga
Romualdo Martín.
Puesto que también la fiesta es alimento, y son riquísimas, vistosas, originales y participativas sus danzas tradicionales, posiblemente paganas en su origen, pero ya sacralizadas por la sana costumbre de poner en ellas toda el alma, hasta lograr gratísimos momentos para quienes participan en ellas.
En toda ocasión, los danzantes y botargas, pujan por ser de los mejores recuerdos que se lleva el visitante, junto con otras muchas y diversas atractivas diversiones musicales, costumbristas, deportivas y hasta sentimentales. No debemos olvidar que el principal patrimonio de Majaelrayo es, paradójicamente, lo que antiguamente fuera su condición más adversa: su espléndido y singular aislamiento del mundanal ruido (el estruendo que esquivaba, siempre que podía, el insigne poeta Fray Luis de León).